Por: Emiliano Cortés
Siempre han existido paradigmas y dudas respecto a los esquemas para implementar métodos de enseñanza, intentando identificar cuáles son las carencias y virtudes de cada uno conforme han pasado los años y las sociedades han modificado las necesidades y requisitos para sobresalir y establecerse en un entorno laboral, social, emocional y de competencia en el mundo, donde la formación en todos estos ámbitos es determinante.
La educación jesuita es reconocida en todo el mundo por ser la red educativa más grande del mundo, estando presente en todos los continentes, además de ser un referente histórico, llevando casi 500 años de existencia desde la fundación de la compañía de Ignacio de Loyola. Este mismo modelo educativo ha portado principios que se buscan transmitir con los jóvenes, y no tan jóvenes que practican este tipo de educación, donde lo esencial radica en la formación de personas competentes que no sean las mejores en las actividades donde se desempeñen, sino las mejores para el mundo desde el área y actividades con las que tengan un impacto dentro de la sociedad. Con lo anterior mencionado, la educación jesuita se enfoca meramente en las intenciones del servicio y el compromiso social, orillando a sus estudiantes, a través de experiencias, a buscar mejores condiciones de vida para las demás personas, siendo empáticos, conscientes y prudentes ante las diversas problemáticas que prevalecen en el mundo.
Desde mi experiencia personal, la educación jesuita la percibo como una enseñanza de vida y de la magnitud del mundo desde la crítica, análisis, investigación y fomento de diversas ideas con la posibilidad del libre pensamiento. Siendo incluso ampliadas mediante diversas actividades de integración y conformación del sentido de comunidad, o bien, desde acciones concretamente dirigidas a la consolidación de una perspectiva realista de compromiso social con los problemas que hay en el mundo: Pobreza, desigualdad, malas condiciones laborales, marginación, violencia, abandono, mientras que al mismo tiempo se exhorta a los estudiantes a tomar medidas que aporten a la resolución de estas problemáticas en medida de nuestra posibilidades y dando incluso más, lo que es considerado como el magis.
La educación jesuita es un óptimo modelo de enseñanza, ya que el nivel de exigencia, de teoría y métodos para dar enfoque en preguntas y dar con respuestas desde ellas son fundamentadas con la intención de ser justificadas, lógicas y provechosas.
No obstante, la educación jesuita se ha enfocado mayormente en la formación de aspectos de las ciencias sociales, dejando de lado a materias de estudio como las ciencias o medicina. Considerando que la educación jesuita tiene la capacidad de hacer frente a este reto para aportar aún más al mundo, dentro de la sociedad actual se encuentra en constante cambio y con la necesidad de disponer de más herramientas para el desarrollo, sería muy provechoso el atender a esta situación con innovación y ambición de poder formar a más personas para y con el mundo.
De la misma forma, refiriéndonos a las limitaciones del sistema de educación jesuita, independientemente del sentido de comunidad, experiencias y la creación de un pensamiento crítico en los estudiantes que se puede encontrar en sus escuelas, este modelo no está al alcance de todos, creando otra brecha social donde el resto de las personas no tienen la posibilidad de integrarse a este tipo de educación que magnifican los horizontes de lo posible. Por lo que, en mi conclusión personal, con la formación del modelo jesuita queda como un compromiso y responsabilidad el hacer lo posible para cambiar lo mayor posible de los problemas fuera, es decir en la sociedad, e incluso dentro de la misma educación del modelo para que todos tengan oportunidad de ver las cosas de forma más responsable. Pues bien, “quien no vive para servir, no sirve para vivir” (B. P., S/f).
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